
Aunque soy más de la "zorra", como sugería Isaiah Berlin, esta gran novela de Dostoievski muestra las púas de la conciencia del autor "erizo" con tanta o más claridad que en Crimen y castigo o en Los hermanos Karamazov.
Los demonios señala, a través del diálogo sincero de unos personajes perdidos en las ideologías y las luchas sociales, la posibilidad de la belleza de la vida plena, auténtica.
Porque si las cosas son sólo lo que vemos y sentimos, y nada más, si las cosas no son signo de un infinito, la desesperación está servida.
La sola idea constante de que exista algo infinitamente más justo y más feliz que yo me llena totalmente de desmedida ternura y de gloria, sea yo quien sea, haya hecho lo que hay hecho. Para el hombre, bastante más indispensable que su propia felicidad es saber y creer en todo momento que existe un lugar donde hay una felicidad perfecta y calma para todos y en todo... En esto se resume toda la ley de la existencia humana: en que el hombre pueda inclinarse ante lo infinitamente grande. Si los hombres se vieran privados de lo infinitamente grande, ya no podrían vivir y morirían presos de desesperación.
Había sabido tocar en el corazón de su amigo las cuerdas más profundas y provocar en él la primera sensación, indefinida aún, de aquella eterna y santa tristeza que algunas almas elegidas, una vez saboreada y conocida, nunca cambiar por una satisfacción barata...
Fiodor Dostoievski, Los demonios, 1872
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