Tener “esperanza en la oscuridad” es algo necesario para transformar el mundo. Sin esperanza en la incertidumbre del futuro, en los problemas del presente y en las lecciones escondidas del pasado, el poder de la gente para mejorar la sociedad queda en nada.
De acuerdo Rebecca Solnit, la esperanza es una posibilidad de mejora de la situación actual, de la revolución mental y real que abre la puerta a la acción social responsable. Es la base de la acción humana en términos de democracia horizontal. La esperanza es el verdadero motor del cambio.
Necesitamos una "mirada crítica" (es decir, con criterio) al pasado para comprender e interpretar el presente y pensar en el futuro que queremos. Las luchas sociales del siglo pasado nos demuestran con hechos que la esperanza es la verdadera posibilidad de la revolución mental y real. El activismo, por tanto, reclama la necesidad del cambio de la mentalidad de las personas y también de las instituciones que las representan.
De hecho, toda acción revolucionaria local puede tener enormes e imprevistos efectos en la historia. Por eso, educar en la conciencia histórica es tan importante. Por ejemplo, en agosto de 1917, durante la huelga general revolucionaria, mi bisabuelo materno Tadeo Bacarizo, maquinista de la red ferroviaria de Madrid, decidió de repente detener el tren a doscientos metros de la Estación del Norte y obligar los pasajeros a realizar a pie el último tramo por las vías en señal de protesta social. Este singular hecho histórico supuso la ruina económica para él (perdió su trabajo y se trasladó a un barrio muy pobre de Vallecas con su mujer y seis criaturas -el pequeño, mi abuelo Julio, acababa de nacer), pero llenó de esperanza los corazones de la clase trabajadora que luchó contra las injusticias capitalistas del gobierno de Dato. Unos años más tarde, el maquinista Tadeo Bacarizo murió asesinado por los fascistas. Esto lo cuento con más detalle en mi libro Memorias del aviador republicano Julio Bacarizo (2020). Éste podría ser uno de los “logros extraordinarios de la gente normal”, como diría Solnit en su último capítulo. La autora subraya, a lo largo de las páginas del libro, que la acción revolucionaria local, por pequeña que sea, puede tener enormes efectos en el transcurso de la Historia. La atención a los contextos reales de la vida de las personas puede ayudarnos a mejorar el mundo. La pregunta pertinente, ante esta esperanza en la oscuridad, es: ¿Quién, hoy en día, estaría dispuesto a perder su estabilidad económica en nombre de una revolución social?
Sin embargo, creo que el libro de Rebecca Solnit no acaba de responder a esta pregunta que me hago sobre la concepción de la historia y la idea del activismo para transformar el mundo.
Es cierto que las historias de hombres y mujeres que lucharon a favor de los derechos humanos a lo largo del siglo XX, como el caso personal de mi bisabuelo o como todos los ejemplos que da la autora (sobre todo en el ámbito norte- americano), ilustran y fortalecen la importancia de una “utopía y una esperanza”. Éste es el título, por cierto, del libro (Gras, 2009) sobre la figura histórica de Josep Alomà, líder libertario de la CNT que mejoró la educación pública del país, protegió la catedral de Tarragona y salvó la vida de muchas personas durante la guerra civil. Sin embargo, hay algo que se nos escapa a las personas del siglo XXI, donde las ideologías han matado a las utopías, donde la posverdad ha envenenado los ideales y ha imposibilitado la esperanza. ¿Cómo escapar a las ideologías?
Quizá deberíamos devolver la mirada a estas historias de personas invisibles que cambiaron su mundo, como recomienda Solnit. En este sentido, la educación de los niños y los jóvenes es fundamental: es necesario incorporar estas miradas, estas voces silenciadas por la historia oficial. Sin lugar a dudas, educar en una perspectiva plural del pasado, y de su temporalidad, debería ayudar al alumnado a dibujar futuros posibles fundamentados en la convivencia de historias y temporalidades plurales (Pagès, 2009). La conciencia histórica es algo que debemos educar para comprender y mejorar el mundo, porque nos permite saber interpretar el tiempo y el espacio y vernos no sólo como espectadores de la historia, sino también como actores.
La educación es clave porque nos hace ver, siguiendo a Solnit, que toda injusticia social (desde las opresiones contra la gente trabajadora hasta las amenazas del cambio climático) reclama nuestro compromiso militante como ciudadanos y ciudadanas. ¿Pero de dónde nace la esperanza necesaria para educar y para luchar?
La esperanza y la acción se alimentan mutuamente (...). Estar políticamente comprometido significa tener conciencia de tu propio poder -de que lo que haces importa- y una sensación de pertenencia. (p. 39)
Rebecca Solnit, Esperanza en la oscuridad, 2015
Comentarios