Hijo bastardo de un sacerdote y su sirvienta, Erasmo estudió en la escuela de Deventer de los Hermanos de la Vida Común, donde entró en contacto con la corriente espiritual de la devotio moderna, que pretendía superar la escolástica y promovía la imitación de Cristo. Luego se ordenó sacerdote y estudió teología en la Universidad de París. En Londres conoció a John Colet, decano de la catedral de San Pablo, que le enseñó una lectura humanista de la Biblia. En la Universidad de Cambridge trabó amistad con Tomás Moro. Y viajó a Italia movido por una gran inquietud intelectual.
Su crítica al autoritarismo y a la corrupción eclesial no dejó indiferente a nadie. Entre sus admiradores se ha citado a Miguel de Cervantes (de hecho, Don Quijote de la Mancha es un libro erasmista en el sentido que defiende la libertad y condena los abusos de poder).
La publicación de Elogio de la locura, de tono satírico, le convirtió en una celebridad. El autor se ríe de los pedantes que alardean de sus conocimientos científicos, de aquellos sabelotodo que viven adormecidos. No cree que el saber deba ser solemne y sombrío. Critica a los estoicos que viven una vida sin pasiones, triste y amarga. No desprecia la sabiduría que está al servicio de la vida.
Martín Lutero leyó las obras de Erasmo y criticó su tesis sobre la libertad. Si Erasmo exaltaba la libertad y la autonomía personal y destacaba la importancia de las obras para la salvación eterna, Lutero sostenía que la voluntad humana era irrelevante, pues el ser humano, corrompido por el pecado original, sólo puede salvarse por la gracia de Dios. Y llegó a decir que Erasmo no era cristiano.
El humanista holandés sufrió la incomprensión de católicos y protestantes hasta el día de su muerte, en 1536 en Basilea, con el reconocimiento de aquellos que soñaban con un mundo más libre, culto y tolerante.
A pesar de que participa en la misoginia de la época, Erasmo vale mucho la pena. Si los católicos le hubieran hecho caso para reformar una Iglesia en ruinas, seguramente Lutero nunca hubiera triunfado.
¿Hay algo más loco que gustarse a sí mismo, admirarse a sí mismo? Y, no obstante, qué gracia, qué dignidad tendría lo que hicieras si no estuvieras satisfecho de ti mismo?
Hay que huir de la tristeza, hermana gemela del tedio, pues nos priva de todos los placeres.
Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, 1511
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