Pocos títulos tan provocativos como este de Fabrice Hadjadj. El filósofo francés, de raíces judías y convertido al catolicismo, responde a la pregunta, tan de nuestro tiempo, sobre la decadencia sociopolítica de un mundo deshumanizado, sin solidez, líquido (que diría Bauman), de una sociedad del espectáculo (que diría Debord), de un capitalismo salvaje en el que todo está en venta, que ha perdido la virtud de la esperanza.
¿Es lo mismo volverse hacia Dios, pertenecer a su Iglesia, que adherirse a un partido? La pregunta que abre el libro me parece muy relevante, porque "volverse hacia Cristo es ante todo volverse hacia alguien; adherirse a un partido es adherirse a algo. Algo, una doctrina, un mensaje, se pueden entender [...]. A alguien, sin embargo, nunca se le llega a entender del todo". Volverse hacia Dios no es cumplir unas normas (esto es lo que hay que hacer) o comunicar unas ideas, sino seguir a una Persona, estar en comunión. Por consiguiente, la respuesta a esa pregunta es que "si el partido se extiende mediante la anexión, la Iglesia crece mediante la acogida de un misterio del que va siempre precedida".
El problema surge cuando los cristianos caen en la trampa de la ideología, de los números, de las normas, de los sentimientos, y se olvidan de que el Señor nos habla a través de las Escrituras, de la Tradición y también de los acontecimientos, de nuestras propias circunstancias.
La tesis del autor es que hace falta un apostolado del Apocalipsis: "La Iglesia está en este mundo principalmente para revelar a Dios, cuando lo cierto es que su tarea se reduce cada vez más a preservar lo humano". La Iglesia es guardiana de la carne, del sexo, de la propia materia, de lo temporal y natural, en una sociedad mercado-técnica que ha deshumanizado la vida. Desde la caída de las utopías, parece que el ser humano no es más que una especie más, completamente reemplazable.
¿Lo real es lo que uno siente y construye? Por supuesto que no, aunque la sociedad diga lo contrario en su capitalismo salvaje y deshumanizador, que manipula las emociones para engrasar la máquina del materialismo capitalista, en el que "el ser siempre queda reducido a mi bienestar y a mis planes".
Es necesario, pues, volver a la contemplación de la naturaleza (que no es madre, sino hermana, como diría San Francisco de Asís) y a los ritos (de los monjes trapenses, cistercienses o capuchinos, en su monasterio) que detienen el tiempo y lo sostienen en un mundo de prisas, pantallas y mentiras.
La señal de que tu conversión es al Dios de la misericordia y no a un ídolo agobiante consiste en que esa conversión contiene en sí misma la misión hacia los más pobres y miserables.
La cuestión ecológica se ha convertido en un lugar decisivo de evangelización. Al margen de su urgencia, la ecología conlleva la contemplación de un orden natural dado; y, por lo tanto, y en última instancia, la elevación hacia un Creador de ese orden.
Nuestra época ya no es esencialmente de la ideología, sino de la tecnología, y esto es un aspecto fundamental. [...] Y es que el budismo es ante todo una técnica de meditación, y nuestra era es la de la técnica. [...] Lo que hace que el hombre pueda presentarse como un sujeto neutro que construye su género es el hecho de que las biotecnologías reducen el cuerpo a una suma de funciones manipulables.
La esperanza en el cara a cara con Dios solo se transmite a través del cara a cara con el otro. La fe en la Encarnación solo se verifica en una encarnación.
Fabrice Hadjadj, La suerte de haber nacido en nuestro tiempo, 2016
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