La joven Ana está casada con un hombre aburrido y mayor que ella, y no puede hacer nada para cambiar la monotonía insoportable de su matrimonio. Un día conoce al atractivo Vronsky y, empujada por un profundo deseo, se deja seducir, casi sin darse cuenta. Necesita amar. Es joven y bella. ¡Anhela vivir!
Conoce al galán Vronsky. La seduce y tienen una apasionada relación a espaldas de su marido. Su enamoramiento choca frontalmente con sus estrictos valores morales. Ella no concibe el adulterio. El problema es que tampoco concibe una vida sin amor, sin pasión.
El maestro Tolstoi, para dar más fuerza a la tragedia de Ana en la ciudad, nos narra también una bella historia de amor entre Kitty y Constantin Levin en las dachas.
Entonces Lievin comprendió claramente, por primera vez, lo que no había podido captar bien después de la bendición nupcial: que el límite que les separaba era intangible, y que nunca podría saber dónde comenzaba y dónde terminaba su propia personalidad. Aquella riña le produjo un doloroso sentimiento de escisión interior. A punto de ofuscarse, comprendió enseguida que Kiti no podía ofenderle de ninguna manera, desde el momento que ella formaba parte de su propio yo.
León Tolstoi, Ana Karenina (1877)
Conoce al galán Vronsky. La seduce y tienen una apasionada relación a espaldas de su marido. Su enamoramiento choca frontalmente con sus estrictos valores morales. Ella no concibe el adulterio. El problema es que tampoco concibe una vida sin amor, sin pasión.
El maestro Tolstoi, para dar más fuerza a la tragedia de Ana en la ciudad, nos narra también una bella historia de amor entre Kitty y Constantin Levin en las dachas.
Entonces Lievin comprendió claramente, por primera vez, lo que no había podido captar bien después de la bendición nupcial: que el límite que les separaba era intangible, y que nunca podría saber dónde comenzaba y dónde terminaba su propia personalidad. Aquella riña le produjo un doloroso sentimiento de escisión interior. A punto de ofuscarse, comprendió enseguida que Kiti no podía ofenderle de ninguna manera, desde el momento que ella formaba parte de su propio yo.
León Tolstoi, Ana Karenina (1877)
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