Poet's Abbey (Blog de lecturas)


La venganza de don Mendo

El dramaturgo se plantó delante del pelotón de fusilamiento y les dijo: «Podéis quitarme la hacienda, mis tierras, mi riqueza, incluso podéis quitarme, como vais a hacer, la vida, pero hay una cosa que no me podéis quitar… y es el miedo que tengo».

Es asombroso morir con tanta dignidad, sin perder un genuino sentido del humor, señal de pura inteligencia. El escritor no blasfema ni maldice. Se ríe de sus verdugos, se ríe de sí mismo. Les perdona, y lo más importante, se perdona a sí mismo. Su grave crimen era que pensaba diferente a sus infames verdugos, casi arrepentidos de tener que matarle.

Muñoz Seca amaba el mundo en que vivía, con ese carácter andaluz tan luminoso y ese afán cosmopolita de Madrid y de Barcelona. La terrible guerra se lo llevó por delante, como a tantos otros, pero nos dejó al menos sus obras inmortales.


Ya amanece. Por esa claraboya
las luces del crepúsculo atalayo.
Pronto entrará del sol el puro rayo
que a las sombras arroya
y en bienestar convierte mi despayo.

Si. Ya el rayo destella.
Ya mi prisión se enjoya de luz bella
Ya soy dueño de mí. Ya bien me hallo.

¡Ya trina el ruiseñor!... ¡Ya canta el gallo!...
¡Trece de Mayo ya!... ¡Quién lo diría!
Llevo en esta prisión un mes y un día,
sin saber por nadie lo que acontece

¡Y hoy es martes, gran Dios!...¡Martes y trece!...
¿Por qué el terror invade el alma mía?
¿Por qué me inspira un miedo extraordinario
esa cifra, ¡ay de mi! del calendario?

¡Ah, no cifra fatal!... No humillareis
el valor de Don Mendo; no podreis;
todas iguales para mí sereis...
¡Trece, catorce, quince y dieciseis!...

Pedro Muñoz Seca, La venganza de don Mendo, 1918.

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