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De pronto levanto la vista para descansar mis ojos, y contemplo a lo lejos esas magníficas Montañas Rocosas que esconden al sol. El cielo se vuelve naranja como la alfombra de hojas de la calle. Apuro la última calada con placer y cierro el libro. En ese momento descubro que quizá estoy metido en un cuento de este gran autor argentino.
Lo vi levantarse y caminar por la pista con paso de borracho, buscando a la mujer que se parecía a Celina. Yo me estuve quieto, filmándome un rubio sin apuro, mirándolo ir y venir sabiendo que perdía su tiempo, que volvería agobiado y sediento sin haber encontrado las puertas del cielo entre ese humo y esa gente.
Julio Cortázar, Bestiario, 1951.
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