Poet's Abbey (Blog de lecturas)


Los tres mosqueteros

He devorado las setecientas páginas algo más de una semana. Mientras leía mi cuerpo permanecía durante horas amarrado a los lomos de mi ebook, pasando páginas con el pulgar y sin apartar los ojos de la pantalla de tinta electrónica. Y mi mente volaba lejos. 

En esos momentos me convertía en un mosquetero más de la guardia del señor Treville a servicio de la reina Ana de Austria y del rey Luis XIII. He blandido mi espada contra bandidos, me he enamorado de francesas hermosas y he luchado siempre con mis fieles amigos. 

Ha sido muy triste cerrar el libro por la última página y despedirme de Athos, Porthos y Aramis. Por suerte, Dumas escribió una segunda y una tercera parte que no tardaré en leer. 

No hay que olvidar que la extensa obra fue escrita con la ayuda de colaboradores, sobre todo de Auguste Marquet, y se publicó como novela de folletín por entregas en un diario francés. El éxito fue tan inmediato e inmenso que pronto editaron un libro con todos los capítulos. 

Alejandro Dumas gozó de un gran reconocimiento por parte de críticos y lectores porque sus obras gustaban muchísimo. Pero él, que dilapidó su fortuna en una vida a todo tren, se refería a sus escritos, quizá para quitarse importancia, como "literatura fácil". De hecho, sus críticos le acusaban de violar la Historia. Y él respondía: "La violo, es cierto. Pero le hago bellas criaturas".

No me atrevo en catalogar sus numerosos libros en literatura fácil o difícil, pero lo que es innegable es que su obra es eterna, que ha cautivado a millones de lectores y que sigue enamorando a los que se atreven con los clásicos.

Al inicio de la novela le preguntan al grandullón Porthos por qué acepta batirse con D'Artagnan, y él se limita a responder: "Me bato porque me bato". Es una forma literaria de decir que los motivos de uno son cosa de uno. 



Milady sonreía, y D'Artagnan sentía que se condenaría por aquella sonrisa.

(...)

Este solo momento basto a D'Artagnan para tomar una decisión: era uno de esos momentos que deciden la vida de un hombre, había que elegir entre el rey y el cardenal; hecha la elección, había que persevar en ella. Batirse, es decir, desobedecer la ley, es decir, arriesgar la cabeza, es decir, hacerse de un solo golpe enemigo de un ministro más poderoso que el rey mismo, eso es lo que vislumbró el joven y, digámoslo en alabanza suya, no dudó un segundo.

Volviéndose, pues, hacia Athos y sus amigos dijo:

-Señores, añadiré, si os place, algo a vuestras palabras. Habéis dicho que no sois más que tres, pero a mí me parece que somos cuatro.

-Pero vos no sois de los nuestros -dijo Porthos.

-Es cierto - respondió D'Artagnan-; no tengo el hábito, pero si el alma. Mi corazón es mosquetero, lo siento de sobra, señor, y eso me entusiasma.

Alejandro Dumas, Los tres mosqueteros, 1844

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