Poet's Abbey (Blog de lecturas)


Moby-Dick


La gran novela de Herman Melville tiene uno de los inicios más fascinantes de la historia de la literatura universal. Empieza con un joven marinero en tierra que no puede más, que se entristece ante los escaparates de las funerarias y se aguanta para no liarse a mamporros con el primer desgraciado que se cruce con él en la calle. ¿Quién no ha estado así en algún momento de su vida? ¿No es la mejor descripción del estado del adolescente? 

Ese inicio te atrapa, te arrolla y no te suelta, porque sabes que, como Ismael, "ha llegado la hora de lanzarme al mar lo antes posible". Y ahí están tantas páginas de olor a océano, a barco de madera, a aceite de ballena, a sangre y a pesca. 

Entren, entren, en el ballenero Pequod y conozcan al arponero tatuado Queequeg (un nativo extraño y forzudo), al marinero Starbuck (de ahí viene el nombre de la compañía de café nacida en Seattle), y al enigmático capitán Ahad (que busca a Moby Dick, el cachalote blanco que le arrancó una pierna).

A pesar de tantas páginas enciclopédicas sobre la caza de las ballenas en el siglo XIX, es una obra que se lee como una delicia, y que acaba con una persecución inolvidable en la alta mar de la literatura. 




Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. 


...todo pensamiento profundo es un esfuerzo intrépido del alma por mantener su abierta independencia, mientras los más furiosos vientos del cielo y la tierra conspiran por arrastrarla a las costas engañosas del placer. Pero sólo en las infinitas soledades del mar reside la verdad más alta, indefinida como el mismo Hacedor.


...Ahab no piensa nunca: sólo siente, siente, siente; lo cual es ya bastante para el hombre mortal. Pensar es audacia. Únicamente Dios tiene tal derecho y prerrogativa. El pensar es o tendría que ser frialdad y sosiego; y nuestros pobres corazones palpitan y nuestros pobres cerebros se agitan demasiado para eso.


 

Herman Melville, Moby-Dick, 1851

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