Aquel oficial francés se había pasado de la raya al intentar seducir una y otra vez a la bellísima mujer del pasional escritor ruso, que, ultrajado en su honor, le retó a un duelo. Decían que había sobrevivido a muchos duelos, porque tenía mucha sangre fría con la pistola.
Sin embargo, aquella noche de invierno la bala del francés acertó en el estómago del escritor romántico, que arrodillado en la nieve manchada de su propia sangre, disparó, desesperado, para herir a su contrincante en un brazo. Pero su herida era mortal y falleció dos días después, mientras el francés, con el brazo vendado, decidía huir de Rusia; pues los duelos eran ilegales en los tiempos del zar.
En las frías noches de invierno, todavía se pueden oír los disparos en aquel lugar de las afueras de San Petesburgo, dónde hay un monumento al escritor romántico.
Hace años, cuando estudiaba el bachillerato, mi profesor de lengua y literatura, Artur, nos narró esta historia en clase, y nos aconsejó una de las mejores novelas del gran Pushkin. Quizá intuía que algunos de nosotros queríamos ser como Piotr, el héroe que tiene un corazón joven, sediento de aventuras y enamorado, que se equivoca pero que se levanta, y que se enfrenta a todos los peligros por un ideal elevado, por un amor auténtico.
Adiós, Piotr. Sé fiel al que hayas jurado fidelidad; obedece a tus superiores; no persigas sus favores; no busques trabajo, pero no lo rehúyas tampoco, y recuerda el proverbio: "cuida la ropa cuando está nueva y el honor desde joven".
Alexander Pushkin, La hija del capitán, 1836
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