Contemplo el baile de árboles de Bellaterra desde la ventana del tren, con El malogrado de Thomas Bernhard en mis manos. La narración caótica del autor austríaco quizá debe leerse así, en el traqueteo suave de un vagón de tren, o en el sofá de casa con el extraño acompañamiento de una pieza de música clásica, si el lector o lectora no tiene el placer de poder leer en un tren silencioso.
La obra narra las consecuencias de la búsqueda del talento artístico de tres pianistas que se conocen en la juventud y que toman caminos diferentes. El narrador y Wertheimer se convierten en buenos pianistas, pero son incomparables con el tercer amigo, el gran Glenn Gould, que se hace famoso y rico, y muere súbitamente en la soledad de su piano. Wertheimer se ahorca y el infeliz narrador abandona, por fin, sus viejas partituras para desahogarse con la pluma y papel y regalarnos estas páginas.
El ser humano es la infelicidad, decía una y otra vez, pensé, sólo un imbécil pretende lo contrario. Nacer es una infelicidad, decía, y, mientras vivimos, prolongamos esa infelicidad, sólo la muerte la interrumpe. Eso no quiere decir, sin embargo, que sólo seamos infelices, nuestra infelicidad es la condición para que podamos ser felices también, sólo dando el rodeo de la infelicidad podemos ser felices, decía, pensé. (p. 42)
Thomas Bernhard, El malogrado, 1983
La obra narra las consecuencias de la búsqueda del talento artístico de tres pianistas que se conocen en la juventud y que toman caminos diferentes. El narrador y Wertheimer se convierten en buenos pianistas, pero son incomparables con el tercer amigo, el gran Glenn Gould, que se hace famoso y rico, y muere súbitamente en la soledad de su piano. Wertheimer se ahorca y el infeliz narrador abandona, por fin, sus viejas partituras para desahogarse con la pluma y papel y regalarnos estas páginas.
El ser humano es la infelicidad, decía una y otra vez, pensé, sólo un imbécil pretende lo contrario. Nacer es una infelicidad, decía, y, mientras vivimos, prolongamos esa infelicidad, sólo la muerte la interrumpe. Eso no quiere decir, sin embargo, que sólo seamos infelices, nuestra infelicidad es la condición para que podamos ser felices también, sólo dando el rodeo de la infelicidad podemos ser felices, decía, pensé. (p. 42)
Thomas Bernhard, El malogrado, 1983
Comentarios