En vez de pretender "fabricar" a nadie, la educación debería crear las condiciones que permitan al otro "hacerse obra de sí mismo", como diría Pestalozzi a finales del siglo XVIII.
En este breve ensayo, Meirieu recoge el mito del Prometeo moderno para cuestionar una educación demasiado tecnicista, competencial, obsesionada con "fabricar" productores y consumidores. "Educar no es sólo desarrollar una inteligencia capaz de resolver problemas, sino también desarrollar una inteligencia histórica capaz de discernir en qué herencias culturales se está inscrito" (p. 24). Sólo se puede pensar o crear algo nuevo si el niño ha hecho suya la historia, "si ésta le ha proporcionado las claves necesarias para la lectura de su entorno" (p. 25).
El niño necesita ser acogido. Necesita un punto de referencia para crecer. No puede hacer nada sin la compañía de un adulto, de una autoridad, que le ayude a vivir en el mundo. Tampoco puede ser modelado al gusto de los educadores. Es libre. No tenemos poder sobre la decisión de aprender. Si se nos escapa, no podemos hacer nada por intentar controlarlo.
La educación es un riesgo, para Meirieu, porque sabe que, como Frankenstein, "los seres ideados por hombres para servirles no se dejan dominar fácilmente". Educar como fabricar es un gran error. Hay que asumir el riesgo de la libertad del otro, porque, aunque queremos lo mejor para ellos, no tenemos poder sobre la decisión del otro. La educación es praxis, una acción que nunca termina, y una libertad que le permite discernir lo proyectado sobre él. Hay que tomar al alumno tal como es, con sus límites y esperanzas.
No salvan a la criatura de Frankenstein, ni al alumno díscolo, "los arrebatos morales patéticos, la emoción estética ante corazones nobles y generosos, la lágrima delante de las grandes obras de la cultura, no son garantía en absoluto de no caer en la barbarie. La convicción moral, por muy arraigada que esté en el culto de la cultura clásica, no puede, en ningún caso, reemplazar la construcción de la Ley la determinación ética" (p. 126). Eso es la clave. No se trata de someter al otro a mi saber, sino de someter mi saber al otro.
La educación ha de centrarse en la relación entre el sujeto y el mundo humano que lo acoge (...) como un sujeto que está inscrito en una historia, pero que, al mismo tiempo, representa la promesa de una superación radical de esa historia. (...) Supone una reconstrucción, por parte del sujeto, de saberes y conocimientos que ha de inscribir en su proyecto (...) en problemas vivos que le den sentido. (...) Todo aprendizaje supone una decisión personal irreductible del que aprende.
Yo estoy aquí para evaluarte, y lo haré sin herirte, pero también sin concesiones inútiles. Estoy aquí pare decirte adónde puedes ir, qué puedes aprender a hacer. Haré cuanto pueda por ayudarte; te proporcionaré instrumentos, consejos, medios y métodos... pero te remitiré siempre a tu propia decisión, porque sólo ella puede hacerte progresar, sólo ella puede permitirte crecer. (p. 124)
...el educador no abandona al otro a sus impulsos para luego reprocharle que lo haya hecho; construye un marco en el que el otro pueda ir descubriendo reglas básicas de la socialidad que le permitan obrar por sí mismo, permitiendo que los demás hagan lo mismo y viendo el carácter profundamente solidario de esos dos procesos. (p. 132)
Philippe Meirieu, Frankenstein Educador, 1998
En este breve ensayo, Meirieu recoge el mito del Prometeo moderno para cuestionar una educación demasiado tecnicista, competencial, obsesionada con "fabricar" productores y consumidores. "Educar no es sólo desarrollar una inteligencia capaz de resolver problemas, sino también desarrollar una inteligencia histórica capaz de discernir en qué herencias culturales se está inscrito" (p. 24). Sólo se puede pensar o crear algo nuevo si el niño ha hecho suya la historia, "si ésta le ha proporcionado las claves necesarias para la lectura de su entorno" (p. 25).
El niño necesita ser acogido. Necesita un punto de referencia para crecer. No puede hacer nada sin la compañía de un adulto, de una autoridad, que le ayude a vivir en el mundo. Tampoco puede ser modelado al gusto de los educadores. Es libre. No tenemos poder sobre la decisión de aprender. Si se nos escapa, no podemos hacer nada por intentar controlarlo.
La educación es un riesgo, para Meirieu, porque sabe que, como Frankenstein, "los seres ideados por hombres para servirles no se dejan dominar fácilmente". Educar como fabricar es un gran error. Hay que asumir el riesgo de la libertad del otro, porque, aunque queremos lo mejor para ellos, no tenemos poder sobre la decisión del otro. La educación es praxis, una acción que nunca termina, y una libertad que le permite discernir lo proyectado sobre él. Hay que tomar al alumno tal como es, con sus límites y esperanzas.
No salvan a la criatura de Frankenstein, ni al alumno díscolo, "los arrebatos morales patéticos, la emoción estética ante corazones nobles y generosos, la lágrima delante de las grandes obras de la cultura, no son garantía en absoluto de no caer en la barbarie. La convicción moral, por muy arraigada que esté en el culto de la cultura clásica, no puede, en ningún caso, reemplazar la construcción de la Ley la determinación ética" (p. 126). Eso es la clave. No se trata de someter al otro a mi saber, sino de someter mi saber al otro.
La educación ha de centrarse en la relación entre el sujeto y el mundo humano que lo acoge (...) como un sujeto que está inscrito en una historia, pero que, al mismo tiempo, representa la promesa de una superación radical de esa historia. (...) Supone una reconstrucción, por parte del sujeto, de saberes y conocimientos que ha de inscribir en su proyecto (...) en problemas vivos que le den sentido. (...) Todo aprendizaje supone una decisión personal irreductible del que aprende.
Yo estoy aquí para evaluarte, y lo haré sin herirte, pero también sin concesiones inútiles. Estoy aquí pare decirte adónde puedes ir, qué puedes aprender a hacer. Haré cuanto pueda por ayudarte; te proporcionaré instrumentos, consejos, medios y métodos... pero te remitiré siempre a tu propia decisión, porque sólo ella puede hacerte progresar, sólo ella puede permitirte crecer. (p. 124)
...el educador no abandona al otro a sus impulsos para luego reprocharle que lo haya hecho; construye un marco en el que el otro pueda ir descubriendo reglas básicas de la socialidad que le permitan obrar por sí mismo, permitiendo que los demás hagan lo mismo y viendo el carácter profundamente solidario de esos dos procesos. (p. 132)
Philippe Meirieu, Frankenstein Educador, 1998
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