Poet's Abbey (Blog de lecturas)


El infinito en un junco

 


Este ensayo sobre la invención de los libros en el mundo antiguo narra treinta siglos de historia de la palabra escrita. Se abre con los mensajeros que envió el faraón Ptolomeo II a cada gobernante de la Tierra para que le enviaran todas sus obras literarias para levantar el Museo y la Biblioteca de Alejandría.

Allí, en el Nilo, en el 3000 a.C. los egipcios descubrieron que el junco de papiro que crece a las orillas del río podía servir para fabricar hojas para la escritura. Después de siglos de búsqueda de soportes para escribir (piedra, barro, madera o metal) los egipcios encontraron el papiro, que enrollado sirve para guardar manuscritos trazados con cálamo y tinta. El papiro relegó a las tablillas a un uso secundario. Luego llegó el pergamino, hecho con piel de becerro, oveja o cabra, en la ciudad de Pérgamo, en la actual Turquía. Y más tarde, el códice y el libro.

Esta obra divulgativa y bien escrita sobre la historia de los libros nos lleva desde el estudiante del Liceo Demetrio de Falero, el primer bibliotecario del mundo que trasplantó a Egipto el modelo de pensamiento aristotélico, hasta la modernidad con el escritor Umberto Eco, que definió el libro como el objeto que pertenece a la categoría de la cuchara, el martillo o la rueda, pues una vez inventados no se puede hacer nada mejor. 

Y un libro, cuando se convierte en clásico, "nunca termina de decir lo que tiene que decir" como sugirió Italo Calvino. Aunque me gusta más la definición irónica de Mark Twain: "Clásico es un libro que todo el mundo quiere haber leído pero nadie quiere leer."


Si alguien lee por ti, desea tu placer; es un acto de amor y un armisticio en medio de los combates de la vida. Mientras escuchas con soñadora atención, el narrador y el libro se funden en una única presencia, en una sola voz. Y, de la misma forma que tu lector modula para ti las inflexiones, las sonrisas tenues, los silencios y las miradas, también la historia es tuya por derecho inalienable. Nunca olvidarás a quien te contó un buen cuento en la penumbra de una noche.


Somos los únicos animales que fabulan, que ahuyentan la oscuridad con cuentos, que gracias a los relatos aprenden a convivir con el caos, que avivan los rescoldos de las hogueras con el aire de sus palabras, que recorren largas distancias para llevar sus historias a los extraños. Y cuando compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños.

Los niños saben que están más cerca de los mayores cuando son capaces de entender las letras. Es un paso siempre emocionante hacia la edad adulta. Sella una alianza, desgaja una parte superada de la infancia.

Irene Vallejo, El infinito en un junco, 2019

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