La trilogía Los gozos y las sombras de Torrente Ballester se cierra con La Pascua triste, cuyo título hace referencia a la gozosa celebración religiosa de la Pascua, que en este contexto se ve ensombrecida por los conflictos y las tragedias que se desarrollan.
El conflicto entre el psiquiatra Carlos Deza y el cacique Cayetano Salgado (que "es cualquier cosa menos un Tenorio") se agudiza en torno a la llegada de Germaine de Francia como heredera (y "mujer que camina con la cabeza levantada") y su padre Gonzalo, y, sobre todo, a la figura inocente de Clara Aldán, una mujer inteligente y apasionada que se ve sometida a las cadenas de su época.
A lo largo de la trilogía descubrimos a Carlos Deza como un intelectual incapaz de hacer algo por su gente, al cacique Cayetano como un machista engreído y maltratador, al anarquista Juan Aldán como un ambicioso resentido social, a su hermana Clara como una víctima enferma de la moralidad de su época, a los monjes como codiciosos y serviles ante los poderosos, al político inútil como una rémora para el progreso, y al resto del pueblo como unos gandules quejosos de barra de bar de un mundo sin horizontes.
La obra recoge el espíritu de una sociedad enferma, de una cultura anquilosada, de un mundo aparentemente moderno (con los vientos de cambio republicanos) pero tan deprimente y perdido que llevará, por culpa de los militares y poderosos, a la guerra civil y a la infame dictadura.
El gran final de la trilogía tiene su propio "gollum" (que no desvelaré para no destriparlo), a un personaje se autodestruye, víctima de una sociedad cruel. ¿Se hace, finalmente, justicia? ¿El villano tiene su merecido? ¿Hay esperanza en una sociedad así?
En aquella sociedad abundaban los artistas sin obra, los que pasan cuarenta años anunciando el libro excepcional que no se escribe nunca porque la perra vida no lo permite.
Don Gonzalo levantó la cabeza y miró con terror la cuchara que se acercaba. Cerró los ojos, abrió la boca. Germaine vertió dentro el jarabe. Don Gonzalo puso cara de niño gruñón.
Cayetano no es peor que los demás, sino como todo el mundo, bueno y malo al mismo tiempo. Su madre, y la gente del pueblo, y quizá nosotros mismos, lo habían hecho cruel.
Dos que se quieren es una historia que empieza; se quieren por lo que son, y lo son por lo que han sido. El prejuicio de los españoles por la virginidad de las mujeres está anticuado y es inhumano. Cosa de los moros.
Gonzalo Torrente Ballester, La Pascua triste, 1975
Comentarios