Los cuatro evangelios canónicos están escritos en lengua griega. Sin embargo, es muy importante reconocer que los testimonios que reúnen fueron expresados primero en arameo por hombres y mujeres de mentalidad judía.
El exégeta madrileño José Miguel García indaga en el origen semítico de la tradición bíblica (formulada originalmente en arameo) para aclarar algunas contradicciones en las narraciones evangélicas sobre la pasión de Cristo, pues no nos han llegado los textos semíticos de los evangelios, sino su versión griega.
El autor apela al sustrato arameo de la tradición evangélica para dar soluciones certeras a estas contradicciones (desde el motivo de la celebración de la última cena, la comparecencia de Jesús ante el sanhedrín o el privilegio pascual de la liberación de Barrabás), y nos acerca más a la realidad del evangelio desde un punto de vista filológico e histórico.
Este excelente ensayo nos enseña, entre muchas otras cosas: que la patrulla enviada por el sanhedrín a Getsemaní no cayó al suelo cuando Jesús les dijo "Yo soy", sino que hicieron caer a Judas en el momento de apresarle; que el joven que huyó desnudo en Getsemaní es el mismo evangelista Marcos (es la firma de su evangelio); que Judas se arrojó "en un pozo de cabeza"; que el trayecto del via crucis parte del interior del palacio de Herodes; que la petición del buen ladrón no implica necesariamente una confesión en la venida gloriosa de Jesús; que los romanos dejaron intacta la tumba de Jesús y el Calvario al construir un templo dedicado a la Tríada Capitolina y un altar a la diosa Afrodita; que el cadáver de Jesús fue envuelto en un lienzo doble que coincide con la sábana santa de Turín, pues no hay rastro de corrupción ni signo de que el cuerpo hubiera sido extraído, sino sencillamente el cadáver desapareció del lienzo.
Por tanto, esta obra no solo estudia las huellas semíticas presentes en los evangelios, sino además trata de descubrir las expresiones arameas de que proceden. "En los textos hay huellas, no solo de palabras y expresiones, sino también de formulaciones, de ritmo..." Y esto da una riqueza y una profundidad al texto incomparables, pues "la tradición evangélica nace y se fija en un ámbito judío con características judías".
Ciertamente la racionabilidad de la fe se fundamenta sobre la realidad histórica, y por ello es decisivo mostrar la validez histórica del testimonio evangélico. Pero para conocer el significado de lo acontecido se requiere una inteligencia que no nace del estudio histórico y filológico, sino de la pertenencia a la Iglesia, donde pervive el acontecimiento y el testimonio que nos legaron los testigos. (p. 17)
De hecho, en las primeras décadas de la difusión del cristianismo no encontramos una acusación o maldición del pueblo judío por parte de los primeros predicadores cristianos. La preocupación de la comunidad cristiana primitiva, como testimonian sus primeros escritos, no es culpar al pueblo de Israel, ni siquiera a las autoridades judías, que reconocen como responsables de la muerte de Jesús, sino explicar cómo el Señor, sirviéndose del rechazo de algunos, llevó a cabo su plan de salvación para todos los hombres. (p. 143).
José Miguel García, La pasión de Cristo: una lectura original, 2019
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