Tolstoi narra la historia de un hombre justo que está agonizando y que descubre, en el lecho de muerte, que ha llevado una vida mediocre.
Ha cumplido el deber en una sociedad hipócrita y moralista: hace las cosas porque tocan, por el qué dirán. Pero ahora se está muriendo y se pregunta: salvo la infancia, ¿ha sido todo un desperdicio?
Entonces, al final de su vida, el protagonista se rebela contra la estupidez humana que nos obliga a llevar vidas cuadriculadas y cadenciosas, pues nos olvidamos de la verdad: que hay la muerte.
Desprecia a su esposa, pues no la ama. Y siente asco de la sociedad moralista y falsa.
Sólo su criado, Guerásim, le trata con verdadera compasión.
A la hora de la muerte, cuando uno se presenta desnudo ante Dios, quizá podamos entender que nuestra única misión en el mundo es vivir plenamente, o hacer de esta vida una obra de arte. Esta novela lo es.
Como curiosidad, el director de cine japonés Akira Kurosawa se inspiró en esta novela para crear su gran película Vivir, en 1952.
Su dolor moral consistía en que aquella noche, al contemplar el semblante soñoliento, bondadoso y de pómulos salientes de Guerásim, de improviso le vino a la cabeza: "¿Y si fuera verdad que toda mi vida, mi vida consciente, no ha sido "lo que debía"?"
Leon Tolstoi, La muerte de Iván Ilich, 1886
Su dolor moral consistía en que aquella noche, al contemplar el semblante soñoliento, bondadoso y de pómulos salientes de Guerásim, de improviso le vino a la cabeza: "¿Y si fuera verdad que toda mi vida, mi vida consciente, no ha sido "lo que debía"?"
Leon Tolstoi, La muerte de Iván Ilich, 1886
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