Tolstoi narra la historia de un hombre justo que está agonizando y que descubre, en el lecho de muerte, que ha llevado una vida gris, mediocre. Ha cumplido el deber en una sociedad hipócrita y moralista: hace las cosas porque tocan, por el qué dirán. Pero ahora se está muriendo y se pregunta: salvo la infancia, ¿ha sido todo un desperdicio?
Su dolor moral consistía en que aquella noche, al contemplar el semblante soñoliento, bondadoso y de pómulos salientes de Guerásim, de improviso le vino a la cabeza: "¿Y si fuera verdad que toda mi vida, mi vida consciente, no ha sido "lo que debía"?"
Leon Tolstoi, La muerte de Iván Ilich, 1886
Al enfrentar su propia mortalidad, el protagonista analiza su vida y descubre que ha vivido una vida mediocre, no ha sido auténtico ni fiel a sí mismo.
Entonces, al final de su vida, el protagonista se rebela contra la estupidez humana que nos obliga a llevar vidas cuadriculadas y cadenciosas, pues nos olvidamos de la verdad: que a todos nos espera la guadaña de la muerte.
El agonizante, arrepentido por haber llevado una vida sin gracia, en el lecho de la muerte, desprecia a su esposa, pues no la ama. Y siente asco de la sociedad moralista y falsa. Sólo su criado, Guerásim, le trata con verdadera compasión.
A la hora de la muerte, cuando uno se presenta desnudo ante Dios, quizá podamos entender que nuestra única misión en el mundo es vivir plenamente, o hacer de esta vida una obra de arte. Esta novela lo es, como el cuadro Las edades y la muerte del renacentista Hans Baldung, o la película Vivir del director de cine japonés Akira Kurosawa, que, por cierto, se inspiró en Tolstoi.
Su dolor moral consistía en que aquella noche, al contemplar el semblante soñoliento, bondadoso y de pómulos salientes de Guerásim, de improviso le vino a la cabeza: "¿Y si fuera verdad que toda mi vida, mi vida consciente, no ha sido "lo que debía"?"
Leon Tolstoi, La muerte de Iván Ilich, 1886
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