Fruto de la ruptura con la adolescente Regina Olsen, Kierkegaard escribió esta obra. Se dice que, gracias a esta dolorosa experiencia y sus reflexiones sobre el "hombre estético", se consagró en el olimpo de la filosofía.
A partir del mito de don Juan, el danés reflexiona sobre el misterio del erotismo, el compromiso y la entrega amorosa, que busca el placer de la seducción por encima de toda belleza, en una negación absoluta de la realidad.
El abandono de la amada es un mal necesario, que poco importa, y que supone una visión egocéntrica del hombre: "te amo, pero lo importante no eres tú, soy yo".
Así, el don Juan -tan actual- es un ser (no diré un hombre, porque tiene poco de hombre) narcisista e hipersensible, atrapado por las riendas de los instintos, que busca el goce inmediato de los sentidos, y que confunde la ética con la estética, en un mundo sin normas ni esperanza.
Es una eterna ley del amor que dos seres deben sentirse nacidos uno para el otro, tan sólo en el primer momento que comenzaron a amarse.
La simple posesión es algo vulgar y resultan mezquinos los recuerdos de que sirven esos enamorados: no vacilan en emplear el dinero, el poder, la influencia ajena y aún los narcóticos. ¿Qué placer puede brindar a un amor si no contiene en sí mismo el abandono absoluto de una de las partes? Siempre es preciso el espíritu, y el espíritu falta comúnmente a esa clase de enamorados.
Soren Kierkegaard, Diario de un seductor, 1844
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