
Para él, existen tres tipos de personas: el turista, que corre por el afán de coleccionar fotos de monumentos, cámara en mano, pues su tiempo es breve y precipitado; el viajero, que está simplemente de paso y disfruta de la belleza del lugar; y por último, el extranjero feliz, el que hace de su estancia en otro país algo único, maravillado quizá por el hechizo de la provisionalidad y feliz de participar en el milagro de convertirse en un ciudadano del mundo.
Ahora soy un "extranjero feliz", enamorado de Colorado. Pero antes he tenido otros amantes como mi querido Falun (Suecia), mi Sherbrooke (Canadá), mi Cork (Irlanda) y mi inolvidable Cracovia (Polonia).
Amamos las ciudades por nuestras vivencias, no por el decorado. Eso es lo que hace de un sitio algo único y las vivencias que ahí tenemos (buenas y también malas) se imprimen en nuestros corazones para siempre.
Italo Calvino afirma que lo gratuito se revela esencial en la vida:
Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos, aunque el hilo de su discurso sea secreto, sus reglas absurdas, sus perspectivas engañosas, y toda cosa esconda otra.
Italo Calvino, Las ciudades invisibles, 1972
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