Poet's Abbey (Blog de lecturas)


Las ciudades invisibles

En el tranvía de Denver, Kevin, un americano con gorra de béisbol con el que había visto un partido de los Rockies me dijo que yo no era un viajero, sino un extranjero feliz. 

Para él, existen tres tipos de personas: el turista, que corre por el afán de coleccionar fotos de monumentos, cámara en mano, pues su tiempo es breve y precipitado; el viajero, que está simplemente de paso y disfruta de la belleza del lugar; y por último, el extranjero feliz, el que hace de su estancia en otro país algo único, maravillado quizá por el hechizo de la provisionalidad y feliz de participar en el milagro de convertirse en un ciudadano del mundo.

Ahora soy un trabajador extranjero enamorado de Colorado. Pero antes he tenido otros amantes como mi querido Falun (Suecia), mi Sherbrooke (Canadá), mi Cork (Irlanda) y mi inolvidable Cracovia (Polonia).

Amamos las ciudades por nuestras vivencias, no por el decorado. Eso es lo que hace de un sitio algo único y las vivencias que ahí tenemos (buenas y también malas) se imprimen en nuestros corazones para siempre.  

Italo Calvino afirma que lo gratuito se revela esencial en la vida, y que debemos reconocer quién y qué no es infierno en medio del infierno (pues hay que saber tratar a impertinentes y amargados que intentan chafarnos el día). La lucidez del autor es maravillosa. No es de extrañar que Pier Paolo Pasolini calificara esta obra como "absolutamente bella".


El infierno de los vivos no es algo que será; si hay uno, es aquel que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: acepter el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo dudar, y darle espacio.

(...)

Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos, aunque el hilo de su discurso sea secreto, sus reglas absurdas, sus perspectivas engañosas, y toda cosa esconda otra.

(...)

También las ciudades creen que son obra de la mente o del azar, pero ni la una ni el otro bastan para mantener en pie sus muros. De una ciudad no disfrutas las siete o las setenta y siete maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya.

Italo Calvino, Las ciudades invisibles, 1972

Comentarios

Mora Fandos ha dicho que…
Así es, las amamos por nuestras vivencias. Y podemos amar todo el mundo, ¿verdad? Un abrazo
Breo Tosar ha dicho que…
Claro, Manel! Eso es una gran verdad. Y uno se da cuenta cuando viaja.