El sol de domingo iluminaba con la timidez del otoño una ciudad secuestrada con el partido de los Broncos y sus máximos rivales, los Oakland Raiders. Todos se dirigían a los bares o se quedaban en sus casas para ver el derby de fútbol americano. Pero yo llegaría tarde al partido, justo para el último cuarto, el más intenso; porque antes me esperaba una preciosa chica norteamericana para ir a la Orquesta Sinfónica de Colorado.
La Octava Sinfonía de Antonin Dvorak me ha llevado a los campos del Este de Europa, a aquel tren destartalado que recorría el sur de Polonia, a aquellos paisajes agrestes y tranquilos.
Dvorak compuso esta tierna sinfonía en el verano de 1889, en una modesta villa de la República Checa donde se dedicaba a descansar, cuidar de un palomar y componer. Los cuatro movimientos están inspirados en la música tradicional bohemia que Dvorak tanto amaba. El solo de violín del agadio es hermoso y mágico. Su melodía ha conseguido despegarme de mi butaca, de mi vida norteamericana, de mis Broncos y mis Red Sox, y me ha llevado de vuelta a la vieja Europa. Y por un momento he añorado, y mucho, el tiempo en que vivía tan cerca de la República Checa.
Antonin Dvorak, Sinfonía 8, 1889
La Octava Sinfonía de Antonin Dvorak me ha llevado a los campos del Este de Europa, a aquel tren destartalado que recorría el sur de Polonia, a aquellos paisajes agrestes y tranquilos.
Dvorak compuso esta tierna sinfonía en el verano de 1889, en una modesta villa de la República Checa donde se dedicaba a descansar, cuidar de un palomar y componer. Los cuatro movimientos están inspirados en la música tradicional bohemia que Dvorak tanto amaba. El solo de violín del agadio es hermoso y mágico. Su melodía ha conseguido despegarme de mi butaca, de mi vida norteamericana, de mis Broncos y mis Red Sox, y me ha llevado de vuelta a la vieja Europa. Y por un momento he añorado, y mucho, el tiempo en que vivía tan cerca de la República Checa.
Antonin Dvorak, Sinfonía 8, 1889
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