![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhprl9j0M5J3_7bGdd8bwb6s76SgSjK55pN2ReiNkxOYz1k4fYfeIHkTEgl6wEJzKidK-TdGAl_LlA9Ud-rqNbNvFRkX3cFTpnuRN_aXpmN97Gq1CEebb9jBdwQ-EKrYmaRSbc-aksMCMQ/s200/200px-Walt_Whitman_edit_2.jpg)
Por primera vez, un profesor se atrevía a darlo todo. Los alumnos le queríamos, porque en vez de darnos sermones o imponernos sus normas, nos escuchaba.
Ése es el secreto de la buena educación: saber escuchar.
A veces en la vida encontramos estrellas que nos iluminan, que nos enseñan, que nos inspiran, como aquel entrañable profesor que fumaba pipa, llevaba libros gastados bajo el brazo, e iba enfundado con el calor de una bufanda durante casi todo el año. Y siempre, siempre, tenía tiempo para sus alumnos.
Os dejo unos versos que él me regaló cuando finalicé bachillerato:
Yo soy aquél a quien atormenta el deseo amoroso;
¿No gravita la Tierra?, ¿no atrae la materia,
atormentada, a la materia?
Así mi cuerpo atrae a los cuerpos de todos aquellos a
quienes encuentro o conozco.
Walt Whitman, Canto a mí mismo (1819-1892)
Comentarios