
Me ha fascinado en esta historia el poder de la fe, de la fuerza del sacramento que va más allá de las manos de quién lo administre.
El protagonista es un pobre cura borracho e infiel, que reniega de su credo durante la persecución a los religiosos en la terrible guerra cristera de México. Es un cobarde, como el mísero sacerdote sexagenario que se ve obligado a vivir con una mujer para salvar su pellejo (el Estado ha dictaminado a los curas católicos la obligación de renegar de la fe y casarse, bajo pena de muerte). Es quizá uno de los personajes más patéticos de la Historia de la Literatura. Pero el cura protagonista, que se ha escondido durante toda la novela, no quiere acabar así y decide retomar su camino.
Es asombrosa la sensación de inocencia que acompaña al pecado; sólo las personas rígidas y minuciosas y los santos no la conocen. Todas esas gentes salían de la cuadra limpios de alma; él era el único que no se había arrepentido ni confesado, y que no había sido absuelto. Hubiera querido decir a éste: "El amor no es malo, pero el amor tiene que ser feliz y visible; sólo es malo cuando es oculto y desdichado... Puede llegar a ser más desdichado que ninguna otra cosa en el mundo, exceptuando el infortunio de perder a Dios. En cierto modo, es perder a Dios.
Graham Greene, El poder y la gloria, 1940.
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