El primer libro que leo en 2012 es una recomendación de Father Bernard, un sacerdote anciano de Colorado que ha vivido muchos años en Sudamérica entre los más pobres. Su capacidad de escuchar y su gran humanidad le hacen una persona inteligente y entregada. Tiene un mundo a sus espaldas por todo lo que ha leído y vivido. Le encanta Graham Greene y, a veces, se atreve a citarlo en los sermones. Me gustan los sacerdotes que, desde el púlpito, hablan de poetas y escritores.La figura del teniente que lo persigue también revela una grieta interior: busca justicia, pero se topa con una misericordia más grande que lo desconcierta. En contraste con la ley que castiga, el sacerdote encarna una justicia que salva.
El amor del cura por su hija (nacida de una relación pecaminosa) lo confronta con su propia debilidad, pero también despierta en él una compasión más amplia. Greene sugiere que incluso desde el pecado puede brotar un camino hacia la verdad, si se deja transformar por la gracia.
El poder y la gloria no es una novela que revela con crudeza y ternura cómo Cristo entra en la carne herida del hombre. No se exalta el moralismo, sino la humilde necesidad de redención. Esta historia nos enseña a no hundirnos en nuestras miserias, porque es justo ahí donde la gracia puede actuar. El amor de Dios alcanza incluso a quienes se sienten perdidos.
Es asombrosa la sensación de inocencia que acompaña al pecado; sólo las personas rígidas y minuciosas y los santos no la conocen. Todas esas gentes salían de la cuadra limpios de alma; él era el único que no se había arrepentido ni confesado, y que no había sido absuelto. Hubiera querido decir a este: "El amor no es malo, pero el amor tiene que ser feliz y visible; solo es malo cuando es oculto y desdichado... Puede llegar a ser más desdichado que ninguna otra cosa en el mundo, exceptuando el infortunio de perder a Dios. En cierto modo, es perder a Dios.
Graham Greene, El poder y la gloria, 1940
Comentarios