Poet's Abbey (Blog de lecturas)


Vida y destino

Esta magnífica novela de Vasili Grossman, considerada por muchos como "la Guerra y Paz del siglo XX", es sin duda una de las mejores obras literarias sobre el horror de la Segunda Guerra Mundial y de las sanguinarias dictaduras totalitarias.

En esta obra magistral se entrelazan historias de soldados rusos y alemanes, de prisioneros en los lager y en los gulag, de hombres y mujeres inocentes que sufren la violencia injustificada de las bombas y los disparos. De un día para otro, sin avisar, el mal irrumpe en las vidas de todas estas personas y destruye su rutina, su dignidad, su humanidad. Y ya nada es como antes.

El escritor ruso nos mete en el interior de una cámara de gas, en la inmundicia de las trincheras y en el horror de los hospitales de campaña. Las palabras llegan al alma y conmueven. Tienen el poder de interpelar porque tienen mucho que decir del mundo actual, a pesar de que la narración se enmarca en la mitad del siglo XX.

El conflicto humano que muestra esta novela es la capacidad de la violencia para alejarnos de nosotros mismos y fragmentar nuestro "yo". El mal se opone a la libertad. El mal nos deshumaniza porque la libertad reside en el reconocimiento de nuestro valor único e incalculable. "Allí donde hay violencia impera la desgracia y corre la sangre", dice Ikónnikov, prisionero en un campo de concentración nazi. El mal invade el corazón de las personas sencillas, como refleja la carta de la judía Anna Semenova, que se pregunta por qué la mujer del conserje se ha vuelto antisemita.

La casa es un símbolo potente de humanidad en la obra: la casa arruinada por las bombas y la casa reconstruida. La violencia de la guerra arrolla las poblaciones y destruye las moradas de las familias inocentes. Hay una anciana que se resiste a abandonar su casa destruida:

«El muro de su casa que daba a la calle todavía estaba en pie y a través de las ventanas abiertas, Aleksandra Vladímirovna entrevió con sus viejos ojos hipermétropes las paredes de su apartamento, reconoció la pintura azul y verde descolorida. Pero las habitaciones no tenían suelo ni techo, no había escalera por la que subir. Las huellas del incendio habían quedado impresas en los ladrillos, a menudo hechos añicos por las explosiones.»

Una campesina acoge en su propia casa a un prisionero agonizante. «Entre millones de isbas rusas no hay ni habrá nunca dos exactamente iguales. Todo lo que vive es irrepetible». La violencia anula esa diferencia, esa libertad para ser lo que somos, pues asemeja a las personas dentro de la idea de un “nosotros” contra “ellos”. Sin embargo, el símbolo de la casa va ligado a la hospitalidad, a la capacidad de distinguir al otro, de identificarlo para poderlo acoger.

El capitán Novikov huye de la guerra para ver a su amada. Y describe su residencia con los rasgos del carácter de ella: «Era una casa de dos pisos de construcción antigua, uno de esos consistentes edificios de paredes gruesas que nunca van acorde con las estaciones: en verano conservan un frescor húmedo y durante los días fríos del otoño retienen un calor asfixiante y polvoriento».

La guerra destroza vidas y casas, sin consideración hacia la persona. Pero «la aspiración innata del hombre a la libertad es invencible; puede ser aplastada pero no aniquilada. El totalitarismo no puede renunciar a la violencia. Si lo hiciera, perecería. La eterna, ininterrumpida violencia, directa o enmascarada, es la base del totalitarismo. El hombre no renuncia a la libertad por propia voluntad. En esta conclusión se halla la luz de nuestros tiempos, la luz del futuro».

¿Qué sentido tiene leer o releer Vida y destino? De acuerdo con la novela: «Solo se puede experimentar la alegría de la libertad y la bondad cuando encontramos en los demás lo que hemos encontrado en nosotros mismos». 

Se trata de hallar en nosotros la paz que deseamos para los demás. No es un proceso espontáneo, según Andrea Fazioli. Reconstruir esta casa, como todas, también exige esfuerzo, paciencia y sobre todo capacidad para trabajar juntos.

La novela fue confiscada por el régimen soviético, pero, por suerte, sobrevivió a la censura y llegó a publicarse en 1980 en una editorial de Suiza. 



En la cabeza de aquel hombre viejo, sucio y andrajoso reinaba el caos. Profesaba una moral grotesca y ridícula, al margen de la lucha de clases.

-Allí donde haya violencia -explicaba Ikónnikov- impera la desgracia y corre la sangre. He sido testigo de los grandes sufrimientos del pueblo campesino, aunque la colectivización se hacía en nombre del bien. Yo no creo en el bien, creo en la bondad.


-Según sus palabras, deberíamos horrorizarnos cuando, en nombre del bien, ahorquen a Hitler y a Himmler. Horrorícese, pero no cuente conmigo -respondió Mijaíl Sídorovich.

-Pregunte a Hitler -objetó  Ikónnikov-, le dirá que incluso este campo se erigió en nombre del bien. 

(p. 25)

Vasili S. Grossman, Vida y destino, 1959



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