Poet's Abbey (Blog de lecturas)


La isla del tesoro

 La isla del tesoro, del escocés Robert Louis Stevenson, fue sin duda la novela que marcó mi adolescencia. La aventura de los piratas encendió una chispa de fascinación que, incluso años después, sigue brillando.

Al final del viaje de la Hispaniola, el joven Jim Hawkins, ya transformado por la experiencia, contempla el tesoro que tanto les ha costado encontrar. Mientras los demás tripulantes se dejan llevar por la codicia, Jim se detiene a observar las monedas con una curiosidad. Se entretiene examinando el botín enterrado por el bucanero Flint en algún punto del Mar de las Antillas. Su mirada es distinta: no busca acumular, sino comprender, admirar, aprender.

Ese gesto mínimo, casi silencioso, revela algo esencial del personaje: su corazón noble, su sensibilidad, su mirada limpia frente al mundo. A diferencia de quienes solo desean poseer, Jim es capaz de ver belleza donde otros solo ven valor. Y esa diferencia, sutil, pero poderosa, es quizás la verdadera lección del libro: que la aventura más valiosa no es la que se libra con espadas, sino la que transforma el modo en que uno ve las cosas.




Por lo que yo sé, los lingotes de plata y las armas están todavía donde Flint los dejó, bajo tierra; por mí ahí pueden seguir. Ni arrastrado por una yunta de bueyes me llevarían de regreso a la maldita isla.


Robert Louis Stevenson, Treasure Island, 1883

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