Poet's Abbey (Blog de lecturas)


San Manuel Bueno, mártir

He conocido a San Manuel Bueno. Se llamaba Ernesto (nombre ficticio) y era carmelita descalzo en mi ciudad. No es que impartiera los sacramentos de forma diferente, sino que vivía con los emigrantes sin papeles en su propio convento y se dedicaba en cuerpo y alma a ayudar al que lo necesitaba.

Esta novela nos sitúa en Valverde de Lucena, un pueblecito castellano donde vive un sacerdote que intenta que los demás sean un poco más felices, en la soledad de una comunidad sin fundamentos y de una fe sin encuentro. Manuel les da la ilusión de una vida eterna que él mismo no cree, en una especie de martirio nihilista: "De este modo hay que hacer que vivan de la ilusión." El sacerdote ateo predica la Palabra de Dios a sus feligreses, convencido de que, sin ella, no soportarían el dolor de la existencia. 

Se ha llegado a decir que esta es la más perfecta de las novelas de Unamuno, que golpea los mismos cimientos de la religión, entendida como un conjunto de ritos, y pone en jaque todo moralismo alejado de la fe, toda vida hipócrita y gris. Si el cristianismo no es un acontecimiento, todo, en efecto, se convierte en ilusión.

Cabe añadir que es una novela peligrosa en el sentido de que intelectuales de la talla de Javier Cercas perdieron la fe al leerla en la adolescencia. Por tanto, hay que ir con pies de plomo, pues "la literatura no proporciona ni sosiego ni certezas", sino preguntas, inquietudes nuevas y ninguna respuesta, como la filosofía.




¡Hay que vivir! Y él me enseñó a vivir, él nos enseñó a vivir, a sentir la vida, a sentir el sentido de la vida, a sumergirnos en el alma de la montaña, en el alma del lago, en el alma del pueblo de la aldea, a perdernos en ellas para quedar en ellas.

Miguel de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir, 1931

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