Una niña pequeña lloraba desconsolada en el parque Steglitz del Berlín de 1923. Un desconocido escritor de cuarenta años, enfermo de tuberculosis, se le acercó y le preguntó por qué lloraba. Ella le contestó que había perdido a su querida muñeca. Para calmar a la perqueña, el escritor se lió la manta a la cabeza y le dijo que no se había perdido, sino que se había ido de viaje y que él tenía una carta para ella.
Esta novela corta narra las tres semanas en las que Kafka escribió cartas a una niña pequeña del parque, para consolarla y darle esperanza. Esta joya que hay que leer con ojos de niño presenta uno de los misterios más bonitos de la historia de la Literatura -porque, desgraciadamente, esas cartas escritas para una sola lectora se perdieron para siempre. Ni su amigo Max Brod pudo recuperarlas. Sólo nos queda el testimonio del Diario de Dora Dymant, la última compañera del genial escritor, que murió un año después en el sanatorio Kierling, cerca de Viena.
Querida Elsi, hoy me siento muy feliz, radiante, como si mi cuerpo fuese una fiesta y en mi cabeza tocara una banda de música. Me gustaría que esta carta fuese sonora, para que pudieras escuchar mi voz y los latidos de mi corazón, para que bailaras conmigo. Es tanto lo que quiero contarte, y tan intenso lo que siento, que ahora mismo no sé por dónde empezar. (p. 102)
Jordi Sierra i Fabra, Kafka y la muñeca viajera, 2004
Esta novela corta narra las tres semanas en las que Kafka escribió cartas a una niña pequeña del parque, para consolarla y darle esperanza. Esta joya que hay que leer con ojos de niño presenta uno de los misterios más bonitos de la historia de la Literatura -porque, desgraciadamente, esas cartas escritas para una sola lectora se perdieron para siempre. Ni su amigo Max Brod pudo recuperarlas. Sólo nos queda el testimonio del Diario de Dora Dymant, la última compañera del genial escritor, que murió un año después en el sanatorio Kierling, cerca de Viena.
Querida Elsi, hoy me siento muy feliz, radiante, como si mi cuerpo fuese una fiesta y en mi cabeza tocara una banda de música. Me gustaría que esta carta fuese sonora, para que pudieras escuchar mi voz y los latidos de mi corazón, para que bailaras conmigo. Es tanto lo que quiero contarte, y tan intenso lo que siento, que ahora mismo no sé por dónde empezar. (p. 102)
Jordi Sierra i Fabra, Kafka y la muñeca viajera, 2004
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