Poet's Abbey (Blog de lecturas)


La impaciencia del corazón


Acabo de leer esta novela del gran Zweig mientras escucho la ópera Orfeo y Eurídice de Gluck. De hecho, con esta música se cierra la trágica historia del joven teniente de caballería austriaco, Anton Hofmiller, y Edith, la hija paralítica de un noble húngaro. 

El narrador expone el problema de confundir el deseo de ayudar a otro (ágape) con el deseo amoroso pasional (eros).

Edith, confinada en su silla de ruedas, se enamora perdidamente del apuesto teniente Hofmiller. Se conocen en una situación ridícula, porque él la invita a bailar por error (sin darse cuenta de que era paralítica). Luego le envía flores y empieza a visitarla con frecuencia, por una compasión que se vuelve arma de doble filo. Porque ella, emocionada, poco a poco transforma su deseo en tabla de salvación, para curarse, para vivir. 

Pero es un amor no correspondido. El incauto Hofmiller sólo la quiere como amiga, y se encuentra atrapado en una espiral de malentendidos y de una falsa compasión, o "piedad peligrosa", que confunde el ágape con el eros. 

Para acabar, me gustaría señalar al noble doctor Condor que rebate el aforismo nietzscheano ("No hay que ser médico de lo incurable") con estas sabias palabras: "Es justamente de lo incurable de lo que hay que ser médico (...). El médico que acepta de antemano el concepto de incurable deserta de la misión que les propia, capitula antes de la batalla". Hace falta épica y piedad para mejorar el mundo. 



Pero hay dos clases de compasión. Una, la débil y sentimental, que en realidad sólo es impaciencia del corazón por liberarse lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena, es una compasión que no es exactamente compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno. Y la otra, la única que cuenta, es la desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá. Sólo cuando uno llega hasta el final más extremo y amargo, sólo cuando uno tiene la gran paciencia, puede ayudar a los hombres.


Stephan Zweig, La impaciencia del corazón, 1939

Comentarios