Poet's Abbey (Blog de lecturas)


Fedro


Bajo la sombra de los plátanos, a orillas del río Iliso, a pocos pasos de las murallas de la ciudad de Atenas, en la hora cálida de la siesta, con el canto de las cigarras, nace una conversación sobre la belleza y el amor que deriva hacia el don de la escritura.

En el diálogo filosófico que surgió en este lugar, el gran Sócrates, que nunca se molestó en escribir nada, refutó que la escritura hiciera más sabios a los hombres, pues es preferible hablar que escribir. Mi profesor de filosofía de bachillerato, Eusebi Miralles, de alma socrática, pensaba lo mismo y nunca escribió nada, aunque se lo pedíamos.

La primacía de la lengua oral sobre la escrita es un debate que lleva siglos. De acuerdo con Sócrates, las palabras escritas son signos fantasmales, hijas ilegítimas del verdadero discurso, el oral. ¿Cómo se puede conversar con la letra muerta?

Hölderlin no podía estar más de acuerdo con este diálogo de Platón. El poeta alemán creía ser un antiguo griego en la Alemania moderna, pues se consideraba a sí mismo discípulo del filósofo Sócrates, como lo fue Eusebi Miralles en su etapa como profesor de bachillerato.

Por otra parte, en este diálogo, el filósofo expone su famosa alegoría del carro alado (el alma) arrastrado por dos caballos, uno blanco (lo espiritual) y uno negro (lo carnal), que el auriga (la razón) debe guiar para ascender al mundo real de las Ideas. Aparentemente, el caballo negro representa lo dañino para el alma, pero el filósofo nos advierte que no debemos sofocar totalmente sus fuerzas. No debemos reprimir, sino educar nuestras pasiones encauzándolas conforme a la virtud. Lo esencial, pues, es el equilibrio entre lo espiritual y lo carnal a través de la razón. 


Es olvido lo que producirán las letras en quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de los libros, llegarán al recuerdo desde fuera. Será, por tanto, la apariencia de la sabiduría, no su verdad, lo que la escritura dará a los hombres.


La palabra escrita parece hablar contigo como si fuera inteligente, pero si le preguntas algo, porque deseas saber más, sigue repitiéndote lo mismo una y otra vez. Los libros no son capaces de defenderse.

Platón, Fedro, 370 a.C.

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