Poet's Abbey (Blog de lecturas)


Simón, llamado Pedro

 


Tengo una estrecha relación con el monasterio de Poblet y soy amigo de algunos monjes cistercienses, como el querido padre Matías. Estos días de verano he aprovechado a leer este libro escrito por el suizo Mauro Giuseppe Lepori, abad general de la Orden del Císter, que es el líder de estos monjes.

Llegué a Lepori en tiempos de pandemia, cuando en una carta nos pedía a todos que aprendiéramos a detenernos para reconocer el misterio que hay delante de nosotros, pues vivimos en una sociedad mercado-técnica, acelerada, de las pantallas, donde uno no para si no es detenido. Entrar en un quirófano, velar por un muerto en un funeral o confinarse en casa por una pandemia son situaciones en las que la realidad se impone y a uno no le queda más remedio que detenerse y pensar. Aun así, es nuestra libertad la que decide si aprovechamos o no el momento para escuchar al misterio que nos llama a todos, sin excepción.

En este breve libro, Lepori ofrece una reflexión espiritual y personal sobre la figura del apóstol Pedro. Todo empieza en su encuentro inesperado con Jesús. A partir de ahí, su vida cambia radicalmente. Lepori retrata a Pedro como un hombre frágil pero profundamente tocado por la gracia, que asume una misión inmensa pese a sus límites. No se trata de una biografía, sino de una meditación que invita al lector a identificarse con las luchas y redención de Pedro, porque "nunca permitió que su fragilidad separase su corazón de Cristo, incluso mientras le negaba" (p. 15).

El proceso de conversión interior, la coexistencia de debilidad y misión, y el liderazgo como forma de servicio son temas que se presentan sin beaterías, desde una óptica humana y espiritual. 

El mensaje es sencillo y directo. Va a la línea de flotación de los moralistas que reducen el hecho cristiano a una estricta religión de normas y ritos, aquellos dogmáticos que se obsesionan con la coherencia moral, cuando lo único importante es amar al Señor. Todo lo demás es consecuencia, no causa de ello: "No había nada más que la mirada de Jesús, y esa mirada, a la luz de esa mirada, Pedro vio de nuevo todo lo que había vivido con el Maestro: el lago, la barca, la primera pesca". 

Pedro, al final, se dio cuenta de que podía negarle mil veces, pero nunca se olvidaría de amarle. Pedro mendigaba el corazón de Jesús, y Jesús mendigaba su amor.

En conjunto, es una obra que invita a profundizar en la fe cristiana desde una perspectiva existencial, a través de la figura de carne y hueso de Pedro.


Antes de conocer a Jesús, Pedro podía tener toda su vida bajo control. Su casa, su familia, la pesca: era fácil gestionar su pequeño mundo. (...) Ahora, en cambio, todo era desproporcionado. Cientos, miles de personas de toda raza y lengua venían a él para pedirle lo imposible. La comunidad de los discípulos crecía cada vez más, y él era el responsable de todos. Ya no había para él día ni noche, no había posibilidad de hacer comidas ordenadas ni tiempo para dormitar en la orilla del lago. Y, sin embargo, se sentía tranquilo, en paz. Sentía en su interior una fuerza que no eliminaba su debilidad, sino que la utilizaba. (p. 126)


Mauro Giuseppe Lepori, Simón, llamado Pedro, 2016

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