Seda, de Alessandro Baricco, es una novela breve y poética que explora el deseo, el amor y la identidad a través de una historia aparentemente sencilla.
En el siglo XIX, Hervé Joncour es un comerciante francés de gusanos de seda que viaja a Japón cada año para conseguir huevos para su negocio en Lavilledieu. En uno de sus viajes, conoce a una joven enigmática que no habla su idioma, y con la que nunca cruza palabra, pero con la que nace una pasión silenciosa y obsesiva. Ella, en realidad, no le pertenece ni le corresponde; más que una persona, representa una fantasía, un deseo inalcanzable que se disuelve como la seda: hermosa, frágil, inasible.
Cada año, Hervé regresa a Japón, más por ella que por los gusanos, mientras su esposa Hélène lo espera en Francia. A lo largo del tiempo, la historia se convierte en una reflexión poética sobre el deseo, el amor, la distancia y lo inalcanzable.
Uno de los aspectos más ricos de la novela es el simbolismo de la seda. Este material evoca lo precioso y lo efímero, lo deseado y lo frágil, igual que los sentimientos que envuelven al protagonista. La seda, como el deseo, se desliza suave entre los dedos, pero puede romperse con facilidad. También representa el hilo de la vida, un flujo continuo que se entreteje entre viajes, silencios y decisiones.
Los viajes a Japón son mucho más que trayectos geográficos: son recorridos interiores. Cada ida y vuelta marca un paso en la transformación emocional del protagonista. En Japón deja una parte de sí mismo, se aleja de su rutina, de su identidad y, poco a poco, también de la realidad. Aunque regresa a casa cada vez, su alma va quedando atrapada en ese país lejano, en esa figura femenina que simboliza todo lo que no puede tener. Pero finalmente comprende que lo que verdaderamente buscaba estaba siempre en su hogar, en el amor sereno de Hélène, como Penélope.
Al final (ojo, que aquí destripo la novela), tras la muerte de Hélène, él descubre que la carta que creyó escrita por la mujer japonesa había sido en realidad obra de su esposa. Esta revelación le muestra que Hélène conocía su obsesión y la aceptó sin reproches, acompañándolo con discreción y ternura. Le ofreció una despedida simbólica a través de esa carta por una forma de amor que trasciende los celos.
- Nunca oí ni siquiera su voz.
Y después de una pausa:
- Es un dolor extraño. Quedo.
- Morir de nostalgia por algo que no viviré jamás.
Alessandro Baricco, Seda, 1996
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