El terremoto de Lisboa de 1755, con su enorme número de víctimas, impactó profundamente a Voltaire y lo llevó a cuestionar el optimismo de Leibniz escribiendo esta novela filosófica.
Cándido es un joven ingenuo que vive en un castillo en Westfalia y es educado por su maestro Pangloss, quien le inculca la idea de que vive en “el mejor de los mundos posibles”, reflejo del pensamiento leibniziano. Cegado por esta doctrina, Pangloss justifica incluso lo absurdo y lo trágico.
Tras enamorarse de Cunegunda, la hija del barón, Cándido es expulsado del castillo y comienza un largo viaje marcado por guerras, desastres, persecuciones, esclavitud y enfermedades. A lo largo del camino, busca a Cunegunda —también víctima de múltiples desgracias— y se enfrenta a una realidad brutal que va erosionando su fe en el optimismo filosófico.
Conoce a diversos personajes con posturas contrapuestas. Martín, por ejemplo, representa el pesimismo extremo: ve el mundo como esencialmente malo y al ser humano como incorregible. Aunque su visión es más realista, también es estéril: no propone soluciones, solo observa y critica.
Cacambo, en cambio, es su compañero en Sudamérica. Mestizo, políglota, leal y eficaz, encarna el sentido común y la acción práctica. No se pierde en discursos filosóficos ni necesita justificar el mal: simplemente actúa para remediarlo. Es el modelo de hombre útil y racional, en contraste con los filósofos abstractos.
Al final, Cándido encuentra a Cunegunda, ya envejecida. Se casan y, junto a sus compañeros, se retiran al campo. Allí, Cándido concluye que lo más sensato es abandonar las teorías vacías y dedicarse al trabajo: «Tenemos que cultivar nuestra huerta». Esta frase resume una filosofía práctica y realista: ante el absurdo del mundo, la respuesta no es la resignación ni la especulación, sino la acción concreta y responsable.
Voltaire no descarta la esperanza, pero la sitúa en la esfera de lo humano, no en un orden cósmico perfecto. La clave está en lo cotidiano, en el trabajo y en asumir responsabilidad sobre lo que está a nuestro alcance.
Cándido, aterrado, sobrecogido, desesperado, ensangrentado, se decía: "¿Si este es el mejor de los mundos posibles, ¿cómo serán los otros?"
Voltaire, Cándido, 1759
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