Después de su paso por Denver, Bach viaja a Berlín para recibir el fin de año junto a Chopin y otros viejos amigos venidos de distintos rincones de Europa.
En la capital alemana conoce a Liszt, una estudiante universitaria. Juntos inician un noviazgo marcado por la distancia, entre Berlín y Barcelona. Las ciudades los unen y los separan, mientras las calles y las plazas, testigos mudos, narran una historia de amor imposible.
Regreso a la casa de mi anfitriona, una mujer de sesenta y pico años, que vive en un barrio obrero de la ciudad con su gato siamés y acoge a jóvenes de todo el mundo. La pareja croata se fue ayer, y yo me voy mañana a primera hora.
Me despido de la noche de Berlín, la ciudad más joven del mundo, como decía aquel escritor estadounidense. Han sido tres días de reconciliación y esperanza. He tenido la suerte de volver a ver a mi amiga polaca Chopin, que conocí en otro encuentro de fin de año en Poznań, hace tiempo. Ella me ha ayudado, de alguna manera, a superar la nostalgia del azul de Denver. Aunque quizá no debería usar el verbo superar, porque la nostalgia es algo que nunca debe superarse. No es lo mismo que la tristeza. La nostalgia nos permite volver al pasado con una mirada agradecida y serena, no siempre melancólica.
[...]
Entro en la casa de mi anfitriona berlinesa, que ya duerme a pierna suelta. Se oyen sus ronquidos de oso en la puerta. La calefacción, encendida a un nivel infernal, me abofetea de manera que tengo que sacarme gorro, guantes y abrigo antes de que me desvanezca ahí mismo. Me siento en la banqueta de madera del recibidor para facilitar el farragoso proceso cotidiano de descalzarse las botas mojadas de aguanieve. Ya en calcetines, voy por el pasillo y subo las escaleras que me llevan a mi pequeña habitación. El gato siamés maúlla en el rellano. Cierro la puerta y me tumbo en la cama sin quitarme la ropa, y me quedo dormido pensando en lo afortunado que soy por reencontrarme con viejas amigas como Chopin y conocer gente como esta mujer buena, que me ha dejado las llaves de su casa sin conocerme de nada. Pero no es este mi último pensamiento antes de quedarme frito. Liszt. La joven rubia berlinesa de ojos azules, que he conocido en el café de su barrio, junto a la parroquia luterana, me ha dado su número de teléfono, y me duermo feliz.
Breo Tosar, Amarillo de Berlín (Canción de Nieve IV), 2025
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