En este cuento, Ursula K. Le Guin presenta una ciudad utópica donde todos viven en felicidad plena, sin crímenes ni ofensas, sin familias, donde hay parejas copulando, cuyos hijos nacidos son "amados y educados por toda la comunidad". Sin embargo, hay una condición para mantener la paz: un niño debe vivir encerrado en absoluta miseria y abandono. Nadie puede rescatarlo sin destruir la felicidad de toda la ciudad, pues "rechazar la felicidad de miles de personas por la posibilidad de la felicidad de uno solo: esto sería, por supuesto, dejar que la culpa atravesara las murallas."
Este escenario plantea un conflicto central entre dos grandes enfoques éticos. La ética consecuencialista —como el utilitarismo de Jeremy Bentham o John Stuart Mill— juzga que lo correcto es lo que genera la mayor felicidad para el mayor número. Desde esta visión, el sufrimiento de uno podría justificarse si mantiene la dicha de miles. Por el contrario, la ética deontológica, como la de Kant, afirma que ciertos actos (como torturar o abandonar a un niño) son moralmente inaceptables en sí mismos, sin importar las consecuencias.
El dilema de Omelas obliga a los ciudadanos —y al lector— a preguntarse: ¿es moralmente aceptable vivir bien sabiendo que esa felicidad depende del sufrimiento de un inocente? Algunos en la historia deciden quedarse, aceptando ese pacto implícito. Otros, en cambio, eligen marcharse. No sabemos a dónde van, solo que rechazan vivir en una sociedad que sacrifica a uno por el bienestar colectivo. Esta salida puede interpretarse como un acto ético basado en principios: se niegan a participar en una injusticia, aunque eso les cueste su lugar en el paraíso. Aquí la ética deontológica se impone: no todo vale, ni siquiera por el bien de muchos.
¿Puede una sociedad ser verdaderamente justa si su felicidad depende del sufrimiento de un solo ser? ¿Tú qué harías: te quedarías en Omelas o te marcharías? ¿Por qué? ¿Crees que algunas veces es correcto sacrificar a unos pocos por el bien común? ¿Dónde está el límite?
Abandonan Omelas, se sumergen en la oscuridad, y no vuelven nunca. Para la mayor parte de nosotros, el lugar hacia el cual se dirigen es aún más increíble que la ciudad de la felicidad. Me es imposible describirlo. Quizá ni siquiera exista. Pero, sin embargo, todos los que se van de Omelas parecen saber muy bien hacia dónde van.
Ursula K. Le Guin, Quienes se marchan de Omelas, 1973

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