Poet's Abbey (Blog de lecturas)


Mortal y rosa

Cada día soy testigo del milagro de la educación como maestro. Los niños, esos pequeños filósofos, no dejan de sorprenderme y de enseñarme tantas cosas.
Mi pasión por la enseñanza empezó, como un flechazo de amor, exactamente en noviembre de 2006, cuando entré por primera vez en Slataskolan, una escuela de primaria de Suecia. Me fascinó aquel lugar. La maestra escuchaba más que explicaba, y hacía que sus pequeños alumnos se preguntaran muchas cosas. Los niños eran responsables de su trabajo en grupo, y los maestros eran responsables de enseñar el pensamiento crítico.
Enlacé mi año en Suecia con las prácticas de maestro en una escuela de primaria de Canadá. Me empapé de la cultura norteamericana, de los grandes eslóganes en clase, de los ordenadores portátiles y de los recursos tecnológicos en cada aula, y sobre todo de la importancia de una educación basada en el esfuerzo y en la cooperación. Y ahora soy profesor visitante en un colegio de primaria de Denver.
En este blog de viajes y libros no puedo dejar de aconsejar un magnífico ensayo escrito por Umbral, justo después de que se muriera su hijo. Es un texto que hay que disfrutar, como maestros, como padres o simplemente como amantes de la buena literatura, porque es lo mejor que escribió el famoso y egocéntrico columnista.


Nunca llevamos a un niño de la mano. Siempre nos lleva él a nosotros, nos trae. Aprender a dejarse llevar por el niño, confiarse a su mano, loto que emerge en los estanques de la infancia. El niño nos lleva hasta los reinos de lo pequeño, acude a nuestra propia infancia dormida, nos mete por el sendero más estrecho, transitado sólo por la hormiga, la sansanica, el clavo solitario y la piedra rodadora.

Francisco Umbral, Mortal y rosa, 1975

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