El fútbol americano es un ajedrez de gigantes. En esta lucha titánica por llegar al final del campo contrario con la pelota se necesita la fuerza y la velocidad de un caballo, una gran agilidad para sortear a grandes torres y sobre todo una buena estrategia de equipo. Uno no puede ganar solo. El jugador necesita a sus compañeros como el soldado a sus camaradas en medio de una batalla. El campo se convierte en un tablero de ajedrez donde cada pieza es fundamental para ganar la partida. La metáfora no es mía. La he oído cientos de veces entre aficionados al deporte más popular, con diferencia, en Estados Unidos.
Me acerqué a este bello y brutal espectáculo con curiosidad y con muchas ganas de aprender y de empaparme de la cultura de este inmenso país. Acostumbrado a la hora y media de nuestros partidos de fútbol en Europa, confieso que al principio se me hacían un poco largas las tres horas de juego, pero cuando me explicaron las reglas básicas y pude apreciar el primer touchdown me enamoré de este deporte, como un flechazo.
Ahora disfruto de este fascinante deporte cada domingo con mis amigos anfitriones. Abrimos unas botellas de Fat Tire, la mejor cerveza de Colorado, y calentamos unas pizzas en el horno. Nos sentamos en el sofá para ver juntos a los Broncos, nuestro equipo. Y así pasamos la tarde, gozando de un gran espectáculo y de una insuperable compañía.
Me apasiona el fútbol americano porque se parece a la vida. Todos queremos ganar. Tenemos una meta. Y hay que llegar a ella a toda costa, aunque haya que sufrir golpes y contusiones. Lo importante es tener el objetivo claro, la estrategia estudiada y disfrutar de las jugadas que nos llevarán a ella. Un jugador de fútbol que no supiera de la existencia de esa meta, o que dudara de ella o que negara de su existencia estaría perdido. Sería ridículo e inútil. Pero esa es, precisamente, la desgracia humana, el no saber con certeza dónde está esa meta y dudar incluso del apoyo fundamental de los demás. De ahí, que el fútbol americano nos presente un gran espectáculo en forma de esperanza, o mejor, una gran esperanza en forma de espectáculo.
Me acerqué a este bello y brutal espectáculo con curiosidad y con muchas ganas de aprender y de empaparme de la cultura de este inmenso país. Acostumbrado a la hora y media de nuestros partidos de fútbol en Europa, confieso que al principio se me hacían un poco largas las tres horas de juego, pero cuando me explicaron las reglas básicas y pude apreciar el primer touchdown me enamoré de este deporte, como un flechazo.
Ahora disfruto de este fascinante deporte cada domingo con mis amigos anfitriones. Abrimos unas botellas de Fat Tire, la mejor cerveza de Colorado, y calentamos unas pizzas en el horno. Nos sentamos en el sofá para ver juntos a los Broncos, nuestro equipo. Y así pasamos la tarde, gozando de un gran espectáculo y de una insuperable compañía.
Me apasiona el fútbol americano porque se parece a la vida. Todos queremos ganar. Tenemos una meta. Y hay que llegar a ella a toda costa, aunque haya que sufrir golpes y contusiones. Lo importante es tener el objetivo claro, la estrategia estudiada y disfrutar de las jugadas que nos llevarán a ella. Un jugador de fútbol que no supiera de la existencia de esa meta, o que dudara de ella o que negara de su existencia estaría perdido. Sería ridículo e inútil. Pero esa es, precisamente, la desgracia humana, el no saber con certeza dónde está esa meta y dudar incluso del apoyo fundamental de los demás. De ahí, que el fútbol americano nos presente un gran espectáculo en forma de esperanza, o mejor, una gran esperanza en forma de espectáculo.
Comentarios
Saludos.
un abrazo
Irwin, qué tal todo por México? A ver cuando vienes para aquí!
Rubeninho, los Broncos es mi equipo pero reconozco que Tom Brady es el mejor quarterback de la NFL.